El miedo al compromiso tiene como fondo el miedo a la entrega, el miedo
al amor y a todas sus implicancias. Es muy difícil entregarse
verdaderamente…… puede haber una pareja, puede haber un matrimonio de
años, y sin embargo puede no haber entrega. Cuando nos entregamos
estamos en carne viva, sentimos intensamente y nos acercamos al más
preciado tesoro: SER QUERIDOS INCONDICIONALMENTE. Cuando el amor se da
en su plenitud y sentimos que todos nuestros aspectos son
incondicionalmente aceptados, entramos en un estado de paz que nos ayuda
a que nosotros mismos aceptemos todas nuestras partes y podamos
experimentar el bienestar de sentirnos finalmente completos.
Sin
embargo no hay mapas para la aventura del amor, no sabemos por donde
irá, no podemos encerrarlo o controlarlo, no podemos garantizar que el
otro estará allí siempre. El otro es el otro y corremos el riesgo de ser
heridos. El llegar al bienestar de la intensa conexión que da la
verdadera entrega inaugura la posibilidad de la pérdida de ese bienestar
y así aparece el miedo.
Este temor se representa en dos miedos
básicos que aparecen en las relaciones íntimas, el miedo al abandono y
el miedo a la invasión. Son temores que traemos desde nuestras primeras
relaciones significativas y que la vida de pareja actualiza y reaviva.
Allá
lejos y hace tiempo, cuando éramos niños, aparecieron nuestras primeras
frustraciones, y es así que sufrimos las primeras sensaciones de no ser
queridos a la manera que lo necesitábamos, o de no sentirnos valorados
lo suficiente. De la misma manera, según el comportamiento de nuestros
padres, quizás hayamos sufrido el temor a ser invadidos emocionalmente.
En cualquier caso buscamos los recursos para defendernos. Así creamos
una “PERSONALIDAD”. La personalidad puede ser vista como un intento de
defendernos del dolor del abandono o del temor a la invasión. Es una
construcción que crea estrategias para ser queridos y respetados, pero a
la vez es una coraza defensiva que nos aleja de lo que sentimos, de
nuestras necesidades más primitivas, en definitiva, de nuestro más puro
ser.
La personalidad es frágil, por eso es la que siente miedo a
la entrega, y si bien nos ayuda a funcionar en ciertos terrenos, en las
relaciones íntimas puede convertirse en un freno que nos impide el
contacto verdadero con el otro cuando, sin darnos cuenta, crea conductas
que evitan la entrega, ya que “si no me entrego no estaré sujeto a
pérdida o a invasión alguna”. La personalidad “nos defiende” de esa
posibilidad con una estructura estable y predecible. En ciertos aspectos
parece una ventaja tener una “personalidad estable” pero esa fortaleza y
seguridad se va transformando en rigidez y temor a ser desestabilizado.
Y
el amor nos desestabiliza, el amor da miedo porque no escucha nuestros
razonamientos, sigue su propio camino, no lo podemos controlar,
“perdemos la cabeza”. Podemos escuchar al amor, podemos seguirlo, pero
no podemos dominarlo. Cuando nos abrimos a él nos abrimos a la
posibilidad de perderlo.
Es así que el compromiso, la entrega al
amor, nos enfrenta a nuestra vulnerabilidad. Hay mucho miedo a la
vulnerabilidad, peleamos constantemente con ella, y vivimos añorando la
invulnerabilidad. Hoy hay toda una cultura donde se refuerza la noción
de invulnerabilidad, pero sin embargo, no hay camino de salida si no la
aceptamos. Si tenemos la fortaleza de reconocernos vulnerables dejamos
de estar asustados y preocupados por lo que pueda pasar y nos entregamos
blandamente a lo que la vida nos trae, porque en definitiva la vida
pasa por donde ella quiere y no por donde nosotros la quisiéramos hacer
pasar. En nuestra sociedad se confunde vulnerabilidad con debilidad,
cuando en realidad se necesita mucha fuerza para reconocer que somos
vulnerables.
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